El juez de línea y yo

Por Gabriel Ramos

Era una tarde de sábado, como tantas. Terminé de almorzar y le pregunté a mi mama si podía ir a la cancha.

-Sí, andá, me dijo, -pero portate bien y no te metas en ningún lío. Me daba la plata para el viaje, para la entrada, pero faltaba algo más. ¡La plata para los maníes! Sin maníes no era lo mismo una tarde de futbol.

Y ahí salía para el Urbano, platita en el bolsillo, Patagones, 236, Morón. Estaba contento esa tarde porque jugábamos de local.

Cuando nos tocaba de visitante era otra historia. Yo era muy chico, recuerdo que tenía 10 u 11 años y no me dejaban ir. Tampoco yo me animaba. Esas tardes sufría mucho, sólo tenía la vieja radio Tonomac escuchando Radio Rivadavia, estaba Jorge Bullrich transmitiendo los sábados. Todavía recuerdo el famoso grito “zumba zumba, la criolla”.

Pero los domingos por la mañana era una fija, era el primero que me levantaba para ir a comprar las facturas y el diario Crónica. Creo que era lo mejor que había en información sobre el futbol de ascenso y ahí estaba de regreso a casa buscando el comentario del periodista de lo que había sido el partido.

Esa tarde jugábamos con Argentino de Rosario. Como sabía que no venía nadie de ellos, fui al sector visitante. Ingresé por Humberto Primo y Brown y me senté en los pilares de cemento que estaban para la construcción de una tribuna que no fue.

Recuerdo que estaba tan solo en ese lugar que parecía que jugaban solamente para mí. ¡Hasta soñé que era el director técnico de ellos!

Salieron los jugadores a la cancha, el juez de línea se acercó a ocupar su lugar y ahí nomás le grité -¡Hola Juez!, ¿como estás?.

 –Bien, y vos.  Me contestó. 

-Ganamos hoy. Le dije.

-Si hacen las cosa bien, puede ser. ¿Cómo te llamás?. Me preguntó

-Gabriel. ¡Que tengas un buen partido!

Y asi fue todo el partido hasta el final.

Ese día ganamos, y cuando terminó el partido, se dio vuelta el Juez de línea, pasó la mano entre el alambrado y me dijo “chau amigo, nos vemos en la próxima”.

Y ahí me fui de regreso al barrio contento, pero con dos sensaciones. Una que habíamos ganado y la otra, que tenia un amigo mas…

 Ayer, al escuchar el tango Como dos Extraños, una frase que me pegó

“Perdón, sin me lagrimear. Los recuerdos me han hecho mal”.

Imaginaba ser el Peludo

"...era el patio de juegos de los chicos del barrio".
Hola, amigos de La 94 Sport, Soy uno de tantos hinchas que vivió momentos inolvidables en ese lugar único que es la cancha de Morón.

Nací y viví hasta el año 67 en la calle Sucre, ahí nomás de la cancha, la que era el patio de juegos de los chicos del barrio. Para mí, una de mis otras casas. La otra estaba en Vialidad, en la casa de la familia Olivera. Allí fue donde empecé a sentir este amor por el club. Ir a la cancha, jugar a todo lo que se pudiera, desde ir a buscar monedas abajo de las tribunas de madera o jugar en las hamacas o el tobogán que estaban donde ahora está la tribuna local.

Correr atrás de un pelota, imaginando ser el Peludo. Hacer goles olimpícos como Ochoa. Atajar como Bargas. Defender como el polaco Semenewicz, que el día que debutó lo anunciaron como lo que terminó siendo, una leyenda del club.

Ojos de niño, que se asombraban con esos líos que se armaban con Chicago o con All Boys, que en el 65 quemaron una bandera y se repudrió todo. O cuando ascendió Quilmes ese mismo año y vinieron con un globo con forma botella. Cuando vino Colón con un montón de jugadores negros, de esos que veía en el Billiken cuando hacía la tarea de la escuela, pero estos eran de verdad y los más grandes decían que eran unos jugadorazos.

No tengo tantos años. Sólo tengo memoria lejana, porque ese tiempo fue como un sueño para mí. Hasta el día con Unión, que el sueño se hizo realidad y se ascendió. Después empezaron a escasear las alegrías. El niño creció y el club siguió siendo parte de su vida,

El domingo iré a la cancha después de muchos años,

Lloré y no entendi nada esa mañana en Varela. Fue tan triste como la tarde del 77 en Caseros. La última vez que fui a la cancha fue la tarde de Español, Me dio más bronca cómo algunos tontos rompían el club que el resultado mismo.

Tuve la suerte de ver varias vueltas olímpicas. En el 68 acá, en el 70 en la Isla Maciel, en el 80 en el parque San Martín, y en el 90 otra vez en casa.

Dios quiera que vuelva la suerte con la nueva cancha y que el Urbano descanse en paz, junto con todas las alegrías que vivimos ahí, en ese lugar único que es la cancha de Morón. Nuestro teatro de los sueños. Nos vemos todo el tiempo, querido Urbano.


Mario Cofone

El álbum de fotos del Estadio Francisco Urbano

Este clip contiene el afecto de todos los hinchas del Deportivo Morón que quieren despedir a su casa de Brown y La Roche.



Muchas gracias a aquellos que aportaron sus buenas ondas y compartieron un mismo sentimiento.

(Si hacés clic abajo y a la derecha del monitor, lo podrás ver en pantalla completa)

Colorado el 7

Por Lucas Regulez

Tengo muchos partidos en el Urbano. Desde chico voy a la cancha. Nunca falto, siempre presente en la tribuna Machado Ramos.

Si les pudiera contar mi primer día en la cancha les mentiría. Según mi vieja y mi viejo, fue contra San Miguel en 1997. Por lo que dicen, un día de lluvia del que nos tuvimos que retirar antes, porque yo tenía 3 meses de vida.


Pero hoy vengo a contar un recuerdo. Aquella noche por el octogonal contra Estudiantes de Caseros en Casa. Con la ilusión intacta, como cada 15 días, me dirigía a la cancha. Toda la rutina. Entrar, subir los escalones, colocarme en mi lugar, saludar a mi padrino y a mi primo, como en cada partido.

Ese día comenzamos perdiendo, y la gente se empezaba a impacientar. Delante de mí había un señor que no paró de insultar en todo el partido. Yo no soy hacerlo, e intentaba taparlo cantando… pero él gritaba aun más fuerte. 

El partido seguía. Presionábamos, pero no lastimábamos. Sucedió que atrás tenía a un chico, no más de 25 años. Para ese entonces en nuestro equipo jugaba el colorado Vacaría y atrás tenía a un chico que se le parecía muchísimo. Además de ser colorado, contaban con muchos rasgos en común.

El señor de adelante seguía y no paraba con los insultos hacia todos los jugadores, pero en especial hacia Vacaría. Con mi primo nos reímos por los comentarios que hacía: "para qué compramos a este colorado”, “es horrible", " todos los colorados son iguales”, “hay que matar a todos los colorados", y a cada rato estaba el grito de "¡colorado la C... de tu madre!”.

El pibe de atrás se reía, mientras la esperanza se me iba de a poco al ver que corrían los minutos. Ya llegaba la frase de mi viejo: "otro año más", pero bueno, los partidos no se terminan hasta que el juez lo acabe.

Me acuerdo que no faltaba nada y me quería matar. Pero… viene un pelotazo del fondo, creo que de Báez, hay un cabezazo, ahí se me escapa un "vamos Vacaría" y Pablo la mata de pecho para el Marce Vega y ahí viene el gol que mas grité en mi vida.

Lo primero que hice con mi primo fue tirarme arriba del colorado abrazándolo, como si éste hubiera hecho el gol, o como si mlo hubiese convertido su hermano, o su colega.

Con mi primo comenzamos hacer comentarios, "que grande los colorados" y cosas así. El señor que estaba adelante, bajó cinco escalones en total silencio y miraba para atrás y antes de irnos se acercó y le dio la mano al colorado.

Nunca más ví al colorado. Y por suerte, tampoco al señor de adelante. 

¡No se amontonen, que hay lugar!


Comparten la pasión por el Gallo, arriba Leonela Ferreyra y familia, a su derecha Sasha. Abajo, Nahuel y su papá Pocho en 2006; Y el banco de lujo de Eliana Tejada y sus 5 para el recambio.

Epitafio del Francisco Urbano

El dolor de Matías, al dejar su casa.
Por Oliverio Le Coq (antes Atomo Eternauta)

Dentro de las figuras retóricas, se encuentra una denominada "Prosopopeya", que es cuando se trata de atribuir cualidades no correspondidas con su género vital, la más habitual es la "personificación": atribuir a las cosas o animales cualidades humanas.

Bueno, esto sucede cotidianamente casi sin darnos cuenta, insultamos o bendecimos al teléfono celular, a la PC, a la baldosa floja, al automóvil, al café, al vino, al asado, etc,  etc, etc.

Lo mismo ocurre con los hinchas de fútbol (motivo de esta reflexión), en especial y en esta ocasión con los hinchas del Gallo con el Estadio Francisco Urbano.

Gracias al auge de las redes sociales, sobran los lugares comunes y las expresiones redundantes para despedir a alguien definitivamente desahuciado por su ubicación inmobiliaria estratégica.

Porque la "modernidad" muchas veces parece tener ese significado, derribar, dejar de lado, prescindir y/o desdeñar lo viejo para darle lugar a "lo nuevo", "lo pensado" para que sea funcional, óptimo, conveniente y apropiado para la metrópolis venidera, para la posteridad virtual.

La modernidad le hizo saber al Francisco Urbano acerca de la incoherencia de permanecer en su actual domicilio, (como si reemplazarlo por edificios y un hipermercado fuese coherente), y que lo más conveniente es mudarse, sin agregar lo implícito: el Urbano debe correrse del sueño del urbanismo, del sueño imperioso y arbitrario de algún o algunos arquitectos que pretenden "urbanizar sin el Urbano".

La modernidad le señala al Francisco Urbano una maqueta construida no muy lejos de su actual emplazamiento, y le impone fecha de traslado como si el traslado fuese solo una cuestión física sin contar el éxodo de sentimientos, de figuras retóricas un poco mecánicas pero válidas y aquí es donde inicio mi propia prosopopeya:

¿No te das cuenta Francisco Urbano de la cantidad de gente que hiciste y vas a hacer llorar? Porque esto no se soluciona con un afiche que diga HASTA SIEMPRE como rito de purificación. ¡La gente se va empapar el alma y la camiseta llorando! Y vos como si nada arrodillado sin asumir el desamparo existencial del hincha.

Por eso yo te acuso, Francisco Urbano, de no resistir siquiera en condición de víctima tu propia demolición. Porque vas a morir Francisco Urbano, por demolición. Acuñada previamente por la escuadra perfecta de la arquitectura. ¿Y a los hinchas que les queda por debajo del dolor y de la culpa?  

Por eso yo te acuso, Francisco Urbano, de abandonar por asfixia produciendo un vacío en el corazón del hincha, produciendo una úlcera en la memoria, una invitación a  sentimientos encontrados que recordándote siempre serán derrumbados, por la maqueta de la modernidad.


Esto es todo y es poco, pero así es mi despedida. Aunque suene altisonante así son algunos epitafios, confusos y equívocos.

¿Quién nos podrá quitar todo lo vivido?

Mi nombre es Leandro Chazarreta y tengo 16 años. 

Sí soy un pibe, pero desde bebé que me llevan a la cancha. Hace aproximadamente 14 años. Y viví muchísimas cosas ahí, Ya sea partidos ganados, empatados, perdidos, goleadas a favor o en contra. Pasé por alegrías, tristezas, broncas, pero siempre siendo fiel al club del que soy hincha.

La verdad que lo único que me faltó en esa cancha es gritar campeón, algo que siempre soñé pero nunca me toco vivir. Yo sé que hay una gran mayoría de hinchas que lo pudieron hacer, y me da mucha alegría. Me emociono viendo el vídeo del 90, de ese 2 a 0 contra Defensores. 

Soy una persona a la cual le cuesta acostumbrarse a los cambios, aunque sé que la nueva cancha es para mejor, y estoy orgulloso de ver cómo esta creciendo el club, pero es difícil despedirse del actual estadio.

Pero, ¿quién nos podrá quitar todo lo vivido en el Urbano? Este estadio seguirá estando, ya sea en fotos, imágenes, videos y en los corazones de cada uno de los hinchas.

Cuántas anécdotas hay en esa cancha. Hay miles, pero miles de cada uno de los hinchas, simpatizantes, o de alguna persona que fue alguna vez al estadio. 

Para mí, haber estado en el Francisco Urbano fue de lo mejor que me pasó en esta vida.
Te vamos a extrañar y a necesitar, pero nunca te vamos a olvidar.


Gracias por tanto, FRANCISCO URBANO.

Con la nueva generación


Martín Elizalde invitó a su hija Jazmín a conocer el Francisco Urbano y nos cuenta: "Mi viejo me llevó por primera vez en un partido contra Deportivo Maipú de Mendoza, ganamos creo que 3 a 1.


Me acuerdo de salir corriendo del secundario en Haedo para ir un día de semana a ver a Morón (salir antes, sin que nos vean) ¡Qué lindo es ser de Moron!"

Este carnet hace agua

Por Javier Carabajal

Tantos años han pasado desde el día que entré por primera vez a la vieja sede de Colón y Mitre, a principios de los 80.

La intención era hacerme socio para poder disfrutar de la pileta, cuando alguien me dijo que con mi carnet también podía ver los partidos del Deportivo Morón que quedaba a un par de cuadras. El asunto era que no tenía con quién ir, ya que no tenia a nadie que me acompañara. Con apenas 12 años, siempre que podía me escapaba de casa hasta el estadio.

Eran y aún siguen siendo unas 25 cuadras.

Cuando llegaba, empezaba a buscar entre la gente a algún abuelo piola para que me tomara de la mano y poder pasar por su nieto para poder ingresar y disfrutar del espectáculo.

Pasaron los años, muchas idas y vueltas y es el día de hoy que sigo recorriendo esas 25 cuadras ahora en compañía de mi hijo. Este Domingo 26 de Mayo de 2013 será el último que lo hagamos hacia el Francisco Urbano, ya que en el próximo torneo tendremos que pensar en un nuevo recorrido hacia un nuevo estadio.


No recuerdo cuál fue el primer partido que vi. Pero sí voy a recordar por siempre el último. Y nunca me voy a olvidar que no aprendí a nadar, porque a la pileta nunca entré.

De la cuna al cajón

Es una alegría enorme saber que tendremos un estadio nuevo. Un orgullo para todo hincha fanático como yo. Pero eso será para más adelante, cuando realmente lo disfrutemos semana a semana.

Por estos días hay en mí una mezcla de nervios, tristeza, melancolía y no sé cuántas cosas más.

Pensar que pedí a mi familia que si algún día me pasaba algo, mis cenizas sean desparramadas justamente allí. Sí allí donde desde chico nunca más pude parar con esta pasión.

Vienen a mi mente los primeros años de la década del 70, cuando por falta de dinero no podía dejar de ir a ver a mi querido gallo, Así que había que tratar de colarse por el paredón que daba a las vías y caer en  los baños, arriesgándome a caer en la cabeza de algún policía que a veces custodiaba ese lugar (cosa que paso alguna vez, pero era otra época, se pedía permiso al policía y dejaba pasar).

Pensar que cada vez que venía en el tren y se acercaba el Urbano, ya me acomodaba para verlo.

Luego, de grande, ya con auto, lo mismo. Cada vez que paso por el frente de nuestra querida cancha, se siente algo especial y ni qué hablar si venimos acompañados por alguien que no es del gallo, Siempre hay algún comentario de mi parte, para que quede en claro que ese es para mí un lugar sagrado.


Momentos alegres, también tristes, pero por sobre todo pudimos vivir momentos.

Y ahora que sabemos que ya no estará, será imposible no derramar alguna lágrima. Y ni qué hablar cuando ya no esté, Cuando pasemos con ese mismo tren o auto y el Urbano ya no esté.

Así que habrá que volver a conversar con la familia y pedir que, a partir de ahora, habrá un nuevo lugar para que descansen mis cenizas.

Hasta siempre Estadio Francisco Urbano. Nunca te olvidaremos.

Daniel Venturini


Si pudiera, volvería a ir con mi abuelo

Por Germán D'antonio

La fiesta arrancaba al mediodía. O a la mañana. Porque cuando uno se levanta con ese cosquilleo en el estomago es porque el día que le espera tiene algo especial.

La apurábamos a mi vieja para almorzar temprano porque a la una y media a más tardar ya teníamos que estar saliendo para el Urbano.

Eran los tiempos donde todavía se jugaba los sábados y, siempre, a las 4 de la tarde. Pero íbamos más temprano, porque a las 2 jugaba la reserva y mi abuelo no se la quería perder. Y yo tampoco.

Salíamos de casa, caminábamos las diez cuadras que nos separaban del Urbano y llegábamos. Comprábamos las entradas en las viejas boleterías que estaban sobre Brown, y adentro. A abrazarnos con el olor a chori que nos recibía como todos los sábados.

Nos sentábamos en los primeros escalones de la platea, cerca de la popular local. Y ahí nos pasábamos toda la tarde. Llegaban los conocidos, se hablaba de fútbol, obvio, pero también de cosas que yo no tenia ni idea a los 9 años. Veíamos la reserva, mientras la tribuna se iba llenando, de gente, de banderas, de cantitos. Recién empezaban los 90 y el que estaba de moda era: “ole ole ole ole, Sadam Hussein”

Y se hacían las 4, y arrancaba la primera, y los nervios, los gritos, las broncas, las alegrías, las discusiones, las risas. Todo. Esa tarde lo tenía todo. Cuando terminaba el partido pegábamos la vuelta, y yo me iba con ese gustito amargo de saber que la fiesta se estaba terminando y que había que esperar 15 días para volver a vivirla. Volvíamos siempre con un conocido que se tomaba el 236 en el cementerio y nosotros seguíamos hasta casa.

Pero en realidad, la fiesta no terminaba. Quedaba algo más. Llegábamos a casa, nos íbamos a la cocina y mientras mi abuelo se calentaba el agua para el mate, y yo me hacía la leche, prendíamos la radio para escuchar los resultados de los otros partidos. Y ahí nos quedábamos una hora más. Y después sí, el final de fiesta. Hasta dentro de quince días.

Pasaron varios años hasta que volví al Urbano después de que mi abuelo falleció. Y el reencuentro fue como si nunca nos hubiéramos distanciado. Como cuando uno pasa mucho tiempo sin verse con ese amigo del alma, pero cuando se reencuentran no hay reproches, ni enojos, ni un “che, no llamaste mas”, No. Nada de eso. Me volvió a abrazar el mismo olor a chori en la entrada. Las boleterías sobre Brown ya no existían, los conocidos de antes ya no iban más y ya no me sentaba en ese costadito cerca de la popu. Pero no importaba. Había vuelto.

Nunca supe cuando fue la última vez que mi abuelo pisó el Urbano. Pero sí sé cuándo va a ser la última vez que yo lo pise. Y por eso las lagrimas, la emoción y la tristeza. Creo que hay cosas que es mejor no saber.


Y si alguna vez me dieran la posibilidad de vivir un día más con mi abuelo, yo elegiría volver a vivir la fiesta de los Sábados, ésa que vivíamos entre los cuatro: Mi Abuelo, yo, Morón, y el viejo y querido Francisco Urbano

Fantasmas del Urbano que permanecerán en Brown y La Roche

Por Mariano Sebastián Rey

Mariano junto a Luis, su papá. Ejemplo de familia hincha de Morón
¡Qué loco, Morón! Cómo cambia todo a mi alrededor. Sólo basta con pasar por una calle cualquiera y a los pocos días, florece un gigante de cemento modificando el paisaje. Decenas de edificios modernos han invadido la ciudad y ahora esa modernidad llegó al Urbano.

A pocos días de la despedida quisiera detener el tiempo y congelar esas imágenes que marcaron mi adolescencia. Pisé el estadio por primera vez a los 10 años o por ahí, de la mano de un vecino que me invitó. Jugábamos contra San Telmo y perdimos 1 a 0 con un gol en contra que no recuerdo de quién fue. No lo pude ver ganar, pero de nada importó, en cambio sirvió para marcar de por vida un cambio en mí.

El gallo me enamoró, a tal punto que hoy lo llevo en la piel. Mi viejo, doblemente vitalicio, ya lleva 53 años de socio y guarda recortes, invitaciones especiales donde exhibe su apellido. Todo ese legado hoy lo conservo como un tesoro valioso, como su primer carnet.

Me siento feliz de estrenar casa, de vivir este momento, de ser testigo, pero también no puedo evitar sentir tanta tristeza al perder este lugar lleno de historia.

Estoy seguro de que todos los que llevamos al gallo en el alma y lo seguimos donde sea, al pasar por esa esquina nos va a parecer escuchar en el aire las canciones y el ruido de los bombos. Y recordar las veces que estuvimos presentes con sol, lluvia o frío, y así recordar partidos como contra Español, los faltazos al colegio como la vez de la promoción con Defensa y Justicia un miércoles a la tarde, el 4 a 0 a Chicago, el 1 a 0 a Almirante con el gol de Conocchiari o el partido contra Estudiantes, cuando Damián hizo ese golazo histórico.

Del Urbano me llevo historias como estas, feliz por haberlas vivido y otras que atesora mi viejo como el ascenso a primera, el día que Aventín entró a colear su auto en el 90, y cada fiesta aniversario celebrada en el club.

Su historia pasa a ser mía y sus vivencias pasan a formar parte de mi vida y las adopto como propias.


Hoy pasó el tiempo inevitablemente, los plazos llegaron, aunque parecían tan lejanos y el Urbano se va. Renacerá en otro lugar con su magia intacta, y yo a su lado, con mis viejos y mis hermanas caminando a la par, juntando anécdotas, en las buenas y malas, que seguramente contaré a mis hijos para que lleven con orgullo el amor que le tengo al club. Ese amor que un día me cambió la vida.

Goles con pelota de goma

Gambino (padre), en el medio del equipo de La 94 Sport
Por Luis Gambino

Había que vivir en San Telmo, Piedras y México, y ser hincha del Gallo.

Mucho más, enterarse que no era el único en la década del 60. En el departamento enorme en el que vivía, había un patio en forma de óvalo, limitado con una estructura de hierro. Sin cerramiento en su parte superior. O sea, la pelota se caía  y había que bajar dos pisos y dar la vuelta por México para ir a buscarla, cosa que hacía mi vieja naturalmente.

En una de esas recuperaciones de pelota de goma, un día sale un hombre y le pregunta a mi mamá, “perdón señora, yo escucho siempre a un chico gritar desaforado GOOOOOLLLLL  DE MOROOOOOOOOONNNNNN....mientras juega a la pelota”. A lo que mi vieja responde “sí señor, es mi hijo”.
El tipo abrió los ojos como el dos de oro y dijo “yo le decía a mi esposa, ¡no puede ser que haya otro hincha del gallo en el edificio!”

El hombre joven, por esos años era taxista y cada sábado veía a Morón en cualquier cancha, cosa que yo sólo hacía cada 15 días cuando jugaba como local, aunque todos los fines de semana iba a la casa de mis tíos que vivían a la vuelta de la cancha. Pero, claro, hay más. En 1965, último año de permanencia en la Capital, en mi colegio, en mi grado, 4º CH, de la Escuela Cangallo, éramos tres hinchas: Roberto Battini, Gustavo Artigala y quien escribe. Como para no estar orgulloso cada lunes, cuando contaba con lujo de detalles camino a la escuela y en el micro que me llevaba lo vivido el sábado pasado en la cancha, y hasta el mismo domingo, cuando con los pibes de la calle hoy llamada Valle, íbamos a ver a las inferiores y hacíamos de hinchada unos siete u ocho en la tribuna, hoy platea, sobre el sector de la cancha de baby.

Pasaron los años... veinte y, ya viviendo en la ciudad, con frecuencia repetía las visitas de los domingos acompañado por mi hijo y con la presencia del gran "Chombo Zuleta",  leía la Crónica que le llevaba en el primer escalón de la tribuna de Brown, quien me llevó de la mano  a la cancha en 1962.

Volviendo a mis sensaciones de  niño, no había nada más hermoso que ir a la tribuna de las vías y agarrar un pedacito de bandera, sin que los más grandes me descubrieran hasta que me sacaran de ahí por ser muy chico... de 9 0 10 años... si no llegaba antes mi primo Lalo Cardinale a llevarme a otro lugar.


Como diría Leon Gieco en una de sus más hermosas canciones: “todo está guardado en la memoria”.

Y de la mano de Pipo Ferreiro...


Martín y familia. Pasión en la cancha o por radio.
Por Martin Cruz Villalba

...  Lo que pasó es que en un momento en una pausa de la reunión levanté la voz y me dirigí a Víctor Hugo. 

-Oiga…, Víctor Hugo, usted ¿no tendrá, por casualidad, aquí la grabación del partido, que relató en la cancha del Club Deportivo Morón entre el Gallo de mi alma y All Boys cuando Racing estaba en la B?

-Uhh ¿para qué?. Todo lo que había construido se derribó en un instante.  

Me dijo: -No se pibe, qué se yo, buscalo en mi página web. Y se fue.  ¿Qué les iba a explicar de mi pasión por el Gallito de mi alma?  ¿Qué les iba a explicar? Que yo quería tener un registro del día que me hice hincha del Club Deportivo Morón y del día que conocí personalmente a Víctor Hugo.  

Ese día es inolvidable yo estaba terminando la primaria y mi tío me llevó a la cancha. Caminamos desde el cementerio de Morón por La Roche hasta el estadio. La cantidad de gente era tremenda. Yo era un piojo en la popular que tenía que saltar y esquivar una bandera, roja y blanca, larguísima para ver el partido de a ratos. 

Al único que veía era al 10, parecía que tenía un imán con la pelota, todos se la daban a Colombatti. El DT era Pipo Ferreiro, sonaba fuerte en la popu el canto: “que de la mano de él íbamos a dar la vuelta”. 

También la gente cantaba: "llora el gordito Muñoz, llora también Tatata, el Gallo es el campeón la vuelta va a dar". Ahh ¿será por eso que se fue caliente Víctor Hugo? No sé, no creo. El es un señor. 

Pero, ¿Qué les iba a explicar? Que el Gallo en esa tarde se clasificaba para la liguilla y All Boys se salvaba del descenso y la gente de las dos tribunas estaba como loca y eran amigas las hinchadas en aquellos momentos. ¿Qué les iba a explicar? Que cuando terminó el partido empatado el estadio todo decía: “Floresta y Morón un solo corazón”. 

Cantando la marcha peronista se lanzaron a la cancha para confundirse en un abrazo diciendo: “Perón, Perón que grande sos”. ¿Qué les iba a explicar? Que cuando se fueron todos, con mi tío terminamos en la platea esperando que bajara de las cabinas el relator. Que efectivamente bajó con la camisa desabrochada en dos botones y con un puro cubano en la mano izquierda y mi tío le pregunta: "¿y Víctor Hugo? ¿Quién va a ascender este año?" y él le responde con una sonrisa, no sé. 
En ese momento supimos que no era para nosotros, que ese año no se nos iba a dar y que teníamos que esperar y seguir alentando. 

Y bueno, me desperté de aquella pesadilla y ahora soñaré un sueño despierto. Un sueño en el que Víctor Hugo venga a nuestro estadio y relate un tatata gol Akerman, el ángel del gol y una atajada enorme de Migliardi y con ese gol y esa atajada ascendamos para nunca más volver a la B.  Para toda esa caterba que nos llaman gallinas de la B.

Historia de una mudanza


Por Fidel Manisse, con la colaboración -y amistad- de Alberto Meyer

Qué difícil se hace en la vida despedir a un ser querido y cuánto más difícil se hace cuando ese ser no tiene vida, sino que la vida se la dimos nosotros con nuestras pasiones y nuestros sentimientos. Cuando ese ser despertó todas nuestras emociones y nos hizo reir y llorar durante tanto tiempo. Cómo te vamos a extrañar, querido estadio Francisco Urbano.

Recuerdo que una tarde, cuando sonó entre tantas llamadas mi teléfono y oí la voz de mi viejo amigo Alberto Meyer, en ese entonces presidente del Deportivo Morón, proponiéndome entusiasmado que lo acompañara en una gesta un tanto utópica para ese momento que se estaba pergeñando. A través de su intervención en el club y el ex intendente de Morón, Martín Sabbatella de mudar el estadio del club a otro sitio en el que los socios estén todos de acuerdo y les convenga, teniendo en cuenta un armado de gestión generosa para la institución y con la transparencia que caracterizaba a los actores de la misma.

No dudé mucho de acompañar a mi amigo en esa loca idea siempre pensando qué lejos estábamos de ver plasmado ese pensamiento en la realidad tangible que vivimos hoy. Parecía un cuento de hadas, un sueño del pibe que nunca alcanzaríamos a ver. Pero el tesón, la lucha y la colaboración de todos, especialmente del socio del Deportivo Morón que acudió presuroso a cuanta asamblea lo convocamos, que fueron muchas e interminables, la prolijidad de los profesionales a cargo en su, hasta ese momento, entusiasmo contagioso si se quiere, mostrándonos el nuevo estadio, la conformación de una comisión formada por unos socios muy referentes del club con un pasado de reconocido fuste en sus antecedentes en la institución que fueron los que llevaron adelante el contralor edilicio de la misma a través de esa comisión formada por ellos a la postre llamada AD-HOC , que tuvieron una actuación realmente asombrosa por su desinteresada pero muy responsable gestión, la actuación firme e inquebrantable de los funcionarios actuantes del Municipio, todos envuelto en esa gesta maravillosa que significaba el traslado del estadio, solo empañada en parte por el escepticismos de algunos medios que siempre dudaron de este majestuoso emprendimiento.

Una tras otra, las asambleas se fueron llevando a cabo hasta que apareció el lugar que no dudamos estuvimos todos de acuerdo, “La ex Textil Castelar” parecía a medida para nuestras aspiraciones. Era la superficie justa para un grande de verdad, como lo es nuestro querido club, y poco a poco todo fue cerrando.

Fue pasando el tiempo y dejamos de ser gobierno en el club, pero alcanzamos a colaborar con el armado legal de la ley que amparara el nuevo cargo sobre los terrenos actuales. Ardua tarea nos tocó vivir, pero con la seguridad y la convicción de que lo lograríamos y todos colaboraron para que se llegara a este instante.

En el medio, no fuimos nosotros los que en ese momento teníamos la firma del club a pesar de ser gobierno por tantos años.

La suerte quiso que estuviera el llamado a la firma del fideicomiso actuante, la nueva comisión que dirigía el club en ese momento, con las modificaciones imperantes propias de las necesidades contractuales y posibilidades que no se podían dejar pasar.

Nuevos actores hicieron realidad este sueño. Una empresa de gente de Morón vino a contribuir con el ansiado proyecto y con un poco más de plazo para la realización de las obras, las mismas se empezaron a llevarse a cabo.

Hoy acompaño la gestión de esta Comisión Directiva desde mi humilde lugar de asesor legal de la misma. Mi viejo amigo es el vicepresidente, y fiel a sus férreas y acostumbradas convicciones de lograr lo que se propone, se me ocurrió tomar un café con él y que me comentara qué recuerdo le traía el viejo Francisco Urbano.

Obviamente, se emocionó muchísimo ante ese requerimiento. Había dejado en estas paredes muchos años de su vida dirigiendo los destinos del club. Sobre todo, pasó revista a sus primeros pasos dirigenciales, se acordó mucho e hizo hincapié en la forma de juntar la plata para pagar las primeras deudas. Sacó provecho de su garganta en los famosos remates para lograrla.

Uno a uno fueron pasando los recuerdos por su cabeza. El que más lo marcó fue la tarde de Varela. “Cuán cerquita estuvimos de lograrlo”, me dijo, pero se puso mal cuando se acordó que había gente que decía que no queríamos ascender y muy mal se sintió cuando evocó el partido contra Español. Qué lejos y tan cerca que estuvimos de la gloria que siempre luchamos, pero bueno, en ese partido terminamos con este viejo Urbano lastimado por algunos que hoy lo lloran por su recuerdo.


El me dijo, “yo siempre lo amé, nunca le hice daño. Sólo tengo para decirle en estos momentos que se avecina el final: Perdoname viejo Francisco Urbano por haber contribuido a que quedes en el recuerdo. Perdoname porque yo que tanto te amé también fui responsable de que hoy pases a la memoria de todos, pero te vas con el recuerdo imborrable de haber cobijado en tus entrañas la pasión imborrable de todo un pueblo que te amó hasta lo indecible y que una loca idea tumbó tus paredes. Pero jamás borrará tu memoria”. Chau Urbano…. Y su confesión me hizo ser partícipe de su mismo pensamiento. No dudé en agarrar su mano y ver entre los dos como con voluntad con fuerza, con tesón pero con mucho coraje se puede. ¡Y vaya que se puede! Me adhiero a ese saludo con mucho cariño. Chau Urbano. Hasta cada momento, porque estarás siempre en nuestros corazones.

Firman la nota: Lucas y vos, yo, ella y aquel y...

Por Lucas Gambino

Cuántas historias vividas, cuántos recuerdos imborrables, tantos partidos jugados, tantos goles gritados, tantas tristezas a cuestas, como también tantas alegrías.

Toda una vida en el Urbano.

De chiquito, de la mano de mi viejo casi siempre, de mi tío algunas veces (tío de mi papá en realidad), "Chombo" Zuleta. Tantas veces fui a tu casa (MI CASA).

De más grande, solo, por las mías, con mi casaca, luciéndola orgulloso por las calles de Morón, camino a la cancha.

Literalmente, toda una vida. Los 31 años que tengo, los viví ahí, en la primera cancha que conocí. Y gracias a Morón, conocí muchas más. A horas de uno de los duelos más difíciles de mi vida, dejaré mi casa, para irme a una más grande, más cómoda, más lujosa, más vistosa, pero... ¿cómo hago para olvidarme todo lo que viví ahí, en la vieja casa? ¿Cómo hago para dejar atrás todos los recuerdos que tengo? ¿Cómo hago para soplar y borrar todo, si fueron los primeros tablones que pisé? Si la única vez que me subí a un paraavalanchas, fue ahí, en mi casa.

Si grité tantos goles contra Chicago, Chacarita, Quilmes, Almirante. Si estaba cuando le ganamos a Estudiantes de La Plata. Si fui uno de los 20.000 aquel 14 de abril de 1990, en la última vuelta olímpica que tuvimos.

Si vi jugar a Pascutti, a Pasceri, a Nardozza, al "Negro" Ledesma, a Raúl Espíndola, a "Coquito" Rodríguez, al "Cabezón" Méndez, a Adrián Álvarez, a Mario Grana, a Martín Méndez, a César Monasterio, a "Yimi" Alarcón, al "Gladiador", si vi atajar a "Chiche", a todos éstos, y a muchos más, los vi pisar el césped del Urbano.

Si cuando me meto a pisar la cancha una vez finalizada la práctica, o antes de un partido porque el trabajo me permite darme este lujo, se me pone la piel de "gallo".

Dejo mucho ahí. Dejo casi todo. Dejo demasiada gloria en un lugar que, en breve, será otra cosa. Vaya a saber qué. Pondré un paredón imaginario, cercaré las adyacencias de Brown (hoy Club Deportivo Morón) y La Roche, caminaré cuadras de más, pero no pasaré otra vez por ahí cuando la cancha no esté más.

Porque ver TU lugar, TU casa, que se transformó en otra cosa, duele. Y me va a doler toda la vida. Me van a saber perdonar. Pero hoy, no puedo estar contento. Hoy estoy de duelo. Cuando llegue la otra historia, la que muchos esperamos, seguramente lloraré de emoción. Pero para eso faltan unos cuantos días.

Hoy siento la necesidad de despedirte. De decirte hasta siempre, de decirte gracias por tanto y de dejarte bien claro que jamás te voy a olvidar. Fuiste, sos y serás mi primera casa. La más linda, en la que más cosas dejo y te prometo que nunca te voy a olvidar.


Hasta siempre, glorioso Francisco Urbano.

Recuerdo a los amigos


José Luis Díaz Lenza en estos días de tanta emoción, recuerda a “Machado Ramos, Urbano, Capurro y muchos otros amigos que seguro desde el cielo están despidiendo este estadio que nos dio tantas satisfacciones. Estarán alentando con toda pasión. Y al inaugurar el nuestro nuevo volveremos a festejar todos juntos un nuevo campeonato.


Seguramente, el próximo va a ser de esta manera. Se lo debemos mucho a la gran cantidad de chicas y chicos muy jóvenes que todavía no pudieron ver a un Deportivo Morón campeón. Un abrazo para todos”.

La banda de Pamela


Pamela Burgos, con familia y amigas estará en la despedida del Francisco Urbano.

Cuando conocí el Urbano

Fernando vive su pasión en cualquier lugar de la cancha

Por Fernando Morán

Recuerdo cuando conocí el Urbano, o mejor dicho cuando entré por primera vez, me quedé fascinado. Era una tarde de esas de primavera ideal para ir a la cancha a ver un partido de fútbol.

Salimos de casa con mi viejo después del almuerzo, yo tenía ocho o nueve años. Me acuerdo que mi vieja me había puesto una campera de gimnasia azul, como las que se usaban antes. Abajo tenía una remera blanca y roja, por alusión a los colores de Morón.

No éramos de los más pobres; pero veníamos de pasar una crisis económica importante, como la mayoría de las familias de clase media y el presupuesto en casa no daba para comprar una camiseta del gallito.

Ya habíamos vuelto al barrio y vivíamos donde vivimos ahora, a unas veinte cuadras del estadio, así y todo tomamos el colectivo. Al llegar al centro de Morón, bajamos y empezamos a caminar. Ya cuando pasamos la municipalidad había clima festivo en las calles, banderas rojas y blancas, gorritos; pero por sobre todas las cosas, gente, mucha gente. Esa que acompaña al gallo siempre, vaya o no puntero.

Llegamos al estadio y las entradas se sacaban en unas ventanitas con rejas rojas, todavía quedan algunas, en la pared que da a la parte de atrás de la popular local. Así que hicimos la cola. En esa época los menores no pagaban si entraban de la mano de un adulto.

Cuando mi viejo sacó su entrada popular, fuimos para el único portón de acceso a las tribunas. El que ahora es solo para la gente de la platea. Algunos entienden y recuerdan seguramente lo que digo, pero por si algunos no saben, les cuento. Antes hace más de diez años, para entrar y salir de la popular había que hacerlo por los costados, no existían las bocas de entrada y salida en las tribunas.

Creo que los minutos que tardamos desde la entrada, hasta ver por primera vez la popular de costado, fueron decisivos. Ya mis nervios se habían convertido en ansiedad. La piel se me empezó a erizar y me entusiasmaba con el canto de la gente que ya se empezaba a escuchar. Y algunos papelitos de diario, cortados a mano caían de la tribuna.

Mi viejo me llevó directo al portón de rejas rojo, ese que años después se abriría para que la gente entrara al césped a festejar el ascenso con los jugadores. Creo que queda apenas un pedazo de reja, donde hasta hace poco estaba el gallito de bronce.

Me acuerdo que mi viejo me pasó la mano por detrás de la espalda, a la altura del hombro. Se agacho y me susurro al oído “date vuelta mira la tribuna, hijo”.

Cuando giré la imagen me impactó. Tuve que tomarme unos segundos para comprender lo que mis ojos estaban apreciando.

Me vino enseguida a la mente las veces que me habían peleado y me habían cagado a palos los pendejos de mi edad allá en el barrio Los Pinos. Porque yo nací acá en Morón, en la clínica Córdoba. Pero a los pocos años, mis viejos compraron un terreno en La Matanza, a unas veinte cuadras de la cancha de Almirante. Pero así y todo, a mí me preguntaban de que cuadro era hincha, y yo contestaba que del gallito, del gallito de Morón. Y ojo que antes no era como ahora. Antes Los Pinos era todo de Almirante. Entonces la pica era fuerte y cuando sos pendejo viste como es, te vas a las manos enseguida. Después gracias a Dios, volvimos al barrio.

Lo cierto es que al ver esa multitud, ese clima festivo, esa algarabía en el aire hicieron darme cuenta de que había valido la pena cada pelea por defender al gallo. Cada reto de mi vieja cuando volvía a casa con la ropa descocida y la jeta rota…

La voz de mi viejo preguntándome si estaba bien me trajo devuelta al pie de la popular, donde me había quedado paralizado. Ahí mismo donde ahora está la pared que impide pasar de popular a platea.

-¡Estoy re bien!- respondí.
·Entonces, vamos arriba.

Ya una vez arriba, se veía todo. Recuerdo que pasaban los trenes por la vía que esta detrás de la popular visitante. Y alguno que otro, tocaba bocina, tratando con el sonido saludar a la gente.

Al rato empezó el partido, yo escuchaba a la gente alentar, pero de fondo, me parecía escuchar ruido a bombos, trompetas y redoblantes. Entonces entró del mismo lado que yo, un grupo de gente con paraguas y banderas bancas y rojas. Por ahí los más grandes saben de lo que hablo. Pero empecé a escuchar a la gente que decía, ahí entra el jorobado con los bombos. Y por lo que pude apreciar ,el tipo era el que encabezaba el grupo.

Ya para esta altura el corazón parecía que se me salía del pecho. Y ya no solo tenía piel de gallina sino que también se me paraban hasta los pelos de la espalda. Claro que no me acuerdo como terminó el partido, y lo extraño es que tampoco recuerdo haber visto jugar al equipo o ver rodar la pelota. Solo alguna que otra imagen congelada da vueltas por mi cabeza. Lo que sí no me olvido, es de la gente alentando al gallito.

Después seguí yendo, y con el tiempo me probé en el club, tuve suerte de quedar y jugué en las inferiores. Entonces íbamos a verlo a la platea, aunque para mí no era lo mismo…

Recuerdo que me tocó jugar muchos sábados a la mañana en el Urbano y me llevaba mi vieja. Entrar por el túnel a la cancha para mi era fascinante, o cambiarme en el vestuario donde más tarde se cambiarían los jugadores… Incomparable.

Con el tiempo mi viejo me sacó del club, según él jugaba  bien, y el técnico quería llevarme a probar a las inferiores de otros clubes de primera, como Vélez. Claro que los gastos serían otros, y en casa la plata no alcanzaba para el viaje y esas cosas. Poco después, ese entrenador se fue y la categoría en la que jugaba no volvió a ser la misma. Y como yo iba para divertirme mi viejo decidió sacarme y no llevarme más.

Más tarde, si los sábados jugaba Morón, decía que iba a la casa de un amigo y me escapaba para ver al gallo.
Jugué en varios clubes. Siempre soñando volver a Morón, porque nunca volví a sentir eso que sentía cuando pisaba el césped del Urbano. Hasta que me lesioné y todo se vino a pique, sabía que mi sueño, como el de muchos, de jugar en Morón y llevarlo a lo más alto no llegaría. Mi vida tomo otros rumbos y finalmente me alejé del club por un tiempo.

Hasta que un día decidí volver, y fui a ver un partido de viernes por la noche. Pero el Urbano no era el mismo que había conocido años atrás. Y lamentablemente la gente tampoco. Solo era un grupo reducido que intentaba alentar al gallo con el corazón, más que con la garganta.

Entonces me di cuenta de que tenía que volver, que por más que sean pocos o muchos, tenia que estar ahí en la tribuna. Pasaron las semanas y empecé a ir a la cancha. Curiosamente los primeros partidos fui solo, tuvimos suerte de entrar al reducido, llegar a la final y pelear por el ascenso al Nacional. Ahí claro aparecen los de siempre, los que se acuerdan que son hinchas del gallo cuando esta por ascender.

Al partido con Defensa no pude ir, pero ya todos saben lo que paso, no pudo ser. Al año siguiente ascendió quien menos queríamos. Así y todo no me importo, me hice más hincha de Morón que nunca. Y volví a estar presente cada partido.

Es que una vez un hombre me dijo, cuando entres al Urbano ya no vas a poder dejar de ir. Es como la casa de tus abuelos donde de chico jugabas a la pelota. Como la mina del barrio que te encanta y no te dice que sí, pero tampoco te dice que no. Y a vos te sigue gustando y seguís empecinado en que te va a dar una cita, y por eso le seguís insistiendo.

A mí mucho no me importa, mientras la banda aliente y el gallito juegue y ponga huevo. Yo voy a estar ahí como ahora, allá arriba en la popular o abajo como más de un partido que estaba enfermo y voy igual porque no puedo dejar de ir.

Además cada vez que voy, no hay vez que no venga a mi mente… CUANDO CONOCÍ EL URBANO.