Quinientos kilómetros y cuatro cuadras


Por Augusto Ezequiel María
Vuelve al pago para despedirse de la vieja casa

La verdad, no recuerdo con precisión qué edad tenía cuando pise por primera vez los escalones del Urbano, pero si me acuerdo que fui acompañado de mi papá y de mi hermano, ellos fueron quienes me iniciaron en este camino de ser Hincha del Deportivo Morón. Como puedo olvidarme de los preparativos, mi papá con la radio, las colas para sacar las entradas,  el sorteo que se hacía durante el partido de una pelota, el cacheo, algún que otro empujón de la policía o atropellada de la montada, corridas, avalanchas, gritos y llantos.

Realmente, se me vienen muchas imágenes de los momentos que viví en ese estadio, desde el ascenso al Nacional B, sentado en la tribuna que da a las vías, llevando comida para pasar las largas horas previas hasta el inicio del partido, hasta el partido en que Racing presentó a su nueva figura, nuestro Miguel Angel Colombatti , partido que para las estadísticas fue 1 a 1, pero para los nosotros fue más que eso. Recuerdo también aquel portón ubicado en la esquina de Brown  y Humberto Primo, por  el que se podía ver parte del campo de juego y alguna que otra jugada; ni hablar de lo que sería la cuarta tribuna, ese alambrado de espaldas al Dorrego, adornado de yuyos y partes de cemento para la tribuna que no fue, y que supo ser refugio de algunos hinchas visitantes. Esos hinchas visitantes que tenían que cruzar las vías para llegar a la cancha, que llegaban por la avenida Vergara y dejaban los micros a cuadras del estadio, cerca de mi casa, pudiendo ver, esas caras largas que tenían después de su visita al oeste; ni hablar del camión que supo dejar Chacarita abandonado; fui testigo de esa y muchas más.

Son innumerables los recuerdos vividos, hoy muchos años después, quiero quedarme con esas imágenes, las del Urbano con sus parlantes bien altos, anunciando las formaciones o los cambios, las famosas publicidades de casas locales que ya no existen, como Confitería La  Moneda, que supo adornar los techos de los bancos de suplentes apostados a espaldas de la platea, hasta el vigente Baterias Tito, (“siempre junto con el Deportivo Morón”); ese espacio ubicado sobre el campo de juego, especie de palco de lujo, que durante años, algunos privilegiados supieron disfrutar;  ese Francisco Urbano tan temido por muchos, que más de uno apodó cementerio de elefantes (no nos podemos olvidar que Estudiantes de la Plata, un domingo a la mañana, sufrió en carne propia, de la mano de Rolando Mannarino, ex del lobo platense), ese Francisco Urbano quedará para siempre en mi memoria, porque formó parte de mi infancia, de mi adolescencia, de mi vida.

Desde lo deportivo, puedo decir que viví el ascenso, el descenso, grandes  triunfos, y derrotas, partidos ganados “a lo Morón”, sufriendo, con lo justo, pero poniendo todo en cada pelota. Como olvidar una de las peores goleadas que recibimos de local, allá por el año 94 contra Atlético de Rafaela por 7 a 1 en nuestra casa bajo una lluvia torrencial, pero los que estuvimos ahí, nos quedamos hasta el final, al gallo no se lo abandona, al Urbano, tampoco.


Hoy no estoy a cuatro cuadras de distancia, estoy a quinientos kilómetros, en La Paz, Entre Ríos, ciudad en la que he sido reconocido por ser Hincha del Gallo, y en la que he encontrado otros “gallitos” como yo, pero que a la distancia no he dejado de seguirte. Por todo esto, querido compañero de vida, quiero decirte “GRACIAS”, en tu última función estaré presente, pero no me pidas que no me emocione, porque ya, es demasiado tarde….y con mucho orgullo les diré a muchos….YO, alenté en el URBANO!!!!!

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