Por Mariano Sebastián Rey
Mariano junto a Luis, su papá. Ejemplo de familia hincha de Morón |
¡Qué loco, Morón! Cómo cambia todo a mi alrededor. Sólo basta con pasar
por una calle cualquiera y a los pocos días, florece un gigante de cemento
modificando el paisaje. Decenas de edificios modernos han invadido la ciudad y
ahora esa modernidad llegó al Urbano.
A pocos días de la despedida quisiera detener el tiempo y
congelar esas imágenes que marcaron mi adolescencia. Pisé el estadio por
primera vez a los 10 años o por ahí, de la mano de un vecino que me invitó. Jugábamos
contra San Telmo y perdimos 1 a
0 con un gol en contra que no recuerdo de quién fue. No lo pude ver ganar, pero
de nada importó, en cambio sirvió para marcar de por vida un cambio en mí.
El gallo me enamoró, a tal punto que hoy lo llevo en la piel. Mi viejo,
doblemente vitalicio, ya lleva 53 años de socio y guarda recortes, invitaciones
especiales donde exhibe su apellido. Todo ese legado hoy lo conservo como un
tesoro valioso, como su primer carnet.
Me siento feliz de estrenar casa, de vivir este momento, de
ser testigo, pero también no puedo evitar sentir tanta tristeza al perder este
lugar lleno de historia.
Estoy seguro de que todos los que llevamos al gallo en el
alma y lo seguimos donde sea, al pasar por esa esquina nos va a parecer
escuchar en el aire las canciones y el ruido de los bombos. Y recordar las
veces que estuvimos presentes con sol, lluvia o frío, y así recordar partidos
como contra Español, los faltazos al colegio como la vez de la promoción con
Defensa y Justicia un miércoles a la tarde, el 4 a 0 a Chicago, el 1 a 0 a Almirante con el gol de
Conocchiari o el partido contra Estudiantes, cuando Damián hizo ese golazo
histórico.
Del Urbano me llevo historias como estas, feliz por haberlas
vivido y otras que atesora mi viejo como el ascenso a primera, el día que
Aventín entró a colear su auto en el 90, y cada fiesta aniversario celebrada en
el club.
Su historia pasa a ser mía y sus vivencias pasan a formar
parte de mi vida y las adopto como propias.
Hoy pasó el tiempo inevitablemente, los plazos llegaron,
aunque parecían tan lejanos y el Urbano se va. Renacerá en otro lugar con su
magia intacta, y yo a su lado, con mis viejos y mis hermanas caminando a la
par, juntando anécdotas, en las buenas y malas, que seguramente contaré a mis
hijos para que lleven con orgullo el amor que le tengo al club. Ese amor que un
día me cambió la vida.
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