Ciro. Protagonista del mejor abrazo de gol. |
Por Leo Suárez Bohn
Nos encontramos con dos amigos ese
3 de junio de 2006 para ir a Varela. Un día gris, oscuro, frío y un
poco de llovizna, y sin dormir con los nervios que tenía. Llegamos con tiempo,
éramos pocos cuando entramos.
¡Qué partido nos esperaba! Nunca había visto a
Morón pegarle semejante baile a otro equipo en su propia cancha, y menos en esa
instancia tan decisiva. Con Gustavo nos mirábamos y ya planeábamos en
nuestras cabezas los viajes a todo el país, volver a jugar con Chacarita,
Chicago, en Córdoba, Tucumán, y dejar de jugar de una vez por todas con
Cambaceres, Flandria, Colegiales…
Pero… lo que ya todos sabemos y nadie le gusta recordar, fue el puñal más
grande que me pegaron en una cancha. Ese tiro libre, ese grito desaforado que
vino de enfrente me rompió el alma en mil pedazos. No fue fácil reponerse, y
desde ahí que en mi cabeza quedo la idea que ni siquiera un ascenso al año
siguiente o cuando sea, iba a reponer tanto dolor.
A los seis meses el nuevo golpe, en el Urbano, no
dolió tanto, al menos para mí. Y a la temporada siguiente lo mismo, y a la otra
lo mismo, y seguimos igual año tras año.
Lo que jamás me imagine es que ese dolor
futbolístico, se podía reponer con algo que nada tiene que ver con lo que pasa adentro
de una cancha.
Que hay más lindo que gritar un gol desaforado y
abrazarse con el primero que ves al lado sin importarte quién es, de dónde, cómo
se llama, de qué religión, sólo sabiendo que en ese momento, en esos segundos,
sentís lo mismo que él y no te importa nada más en la vida que ese gol que estás
gritando.
Y ahí viene mi historia, en enero de 2009 tuve el
grito más grande y hermoso que me acuerdo hasta hoy, un gol que fue sólo uno
más en la historia de nuestro club, pero para mí va a ser el que más voy a
recordar.
Esa noche, ganamos 1 a 0 a Flandria, con un gol en
contra. ¿Y cómo puede ser que alguien se acuerde así, y haya gritado tanto un
gol en contra que no definía nada, y ni siquiera era un clásico?
Es que en ese gol, miré a mi lado y abracé a una
persona que cambió mi vida, lo apreté fuerte y le di un beso. Ciro tenía apenas
4 meses y era su primer partido en el Urbano.
Ahí me di cuenta que no hacía falta que Morón saliera
primero para reponerme, no hacía falta ningún título para curar las heridas de
tantas finales perdidas.
El sólo hecho de gritar un gol y abrazar a mi hijo
ya me sobraba, y en el día de hoy compartir la misma pasión con él,
verlo con la roja y blanca puesta, corriendo en los escalones de la
platea, gritando y cantando conmigo, vale más que salir campeón.
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