Walter siempre encuentra un rato para los amigos |
Por Walter Rodríguez (*)
Me desperté
sobresaltado. Serían las tres o cuatro de la madrugada. En
seguida me di cuenta que era un sueño, no una pesadilla, pero un sueño extraño,
confuso.
Me levanté a
tomar agua, como de costumbre y me puse a pensar en lo que había soñado.
Pero de
inmediato volví a repensar lo que por mi mente me daba vueltas. ¿Era un sueño o
habían sido mis pensamientos y mis conclusiones unos minutos antes de que me
venciera el cansancio? Había leído, escuchado y visto todos los últimos
programas partidarios, sumado a los mensajes de texto que me llegaban y me
hacían analizar todo con una sistematización propia de un cálculo de
ingeniería.
Pero en parte
sí era un sueño, pues se mezclaban realidades de la actualidad con realidades
del pasado, de mi juventud, cuando desde la cancha, en un entrenamiento o un
partido, iba pensando en el futuro y no precisamente ligado al futbol. Cosa que
sucedió. O no.
Mientras se
calentaba el agua en el microondas y buscaba algo para acompañar el café
cortado (misión más que difícil, a menos que mis hijos me hubieran dejado
alguna rumba semihúmeda), encendí el televisor para ver las noticias habiendo
quedado pendiente, aun, el análisis de ese sueño o esa realidad que me había
hecho despertar sobresaltado. Aunque en realidad, y según los datos de TN, no
era tan temprano, ya eran casi las seis de la mañana.
Los datos de
Alejandro a eso de las 21, se contradecían con los del Negro del las 21:30.
Raúl, desde su programa no dejaba margen de dudas. Pero Marcelo, ya entradas
las 23 afirmaba lo que muchos no podían ni creer ni confirmar.
Los mensajes de
texto iban y venían, pero todos sorprendidos ya que todo era un comentario
generado desde algún medio cuya fuente no se podía revelar. El viernes anterior,
ni Guillermo ni Ezequiel presagiaban un final así, a pesar de ser en algunos
casos más o menos detractores.
Saliendo para
el laburo, la escuelita técnica del sur de mi ciudad con más años cumpliendo
funciones de contención, a pesar de mi formación profesional, que en mis años
próximos al egreso, me ilusionaban con ser gerente en una multinacional y hoy
me encontraba, tratando de enseñar lo poco o mucho que aprendí. Mientras se
“calentaba” el Diesel, encendía el celular, y César, el almacenero del barrio, me
hacía señas de una goma baja. Buenísimo para comenzar un martes de incógnitas,
preocupaciones y llegadas tarde. La resignación de llegar a horario, me
tranquilizó.
Y ahí se me
cruzaban imágenes: El micro de inferiores que se prendía fuego cuando
transitábamos para la cancha de Tigre, un domingo muy temprano y lloviznoso.
Una tarde de frío de agosto, mientras Jorge, en el entretiempo anunciaba dos
cambios para dar vuelta la historia contra Tristán en Mataderos. Y nada más.
¿Qué tenían que ver esas imágenes con las de la noche anterior? ¿Y qué tenían
que ver con las gomas de mi Diesel? ¿Todo tiene que ver con todo, o nada con
nada? Ya ni sabía los porqué y casi por los donde.
Mientras
lentamente cambiaba el neumático trasero derecho se me iba aclarando el
panorama, pues, sin apuro y con las manos ocupadas, trataba de hilvanar ese
torrente de pensamientos e ideas que me molestaban desde la noche anterior.
Realidades del
presente se entremezclaban con hechos del pasado: La cancha, el bar del flaco,
la famosa cuarta tribuna, el circo donde hoy está el colegio, la lateral de
madera, la iluminación, el ascenso a primera y el descenso a la “C ”.
Compañeros de
inferiores, vecinos de tribuna, corridas en Mataderos y baños de inmersión en
primera. Copar Vélez contra Racing, “rajar” de San Martín, jugar contra “Comu”,
empatar con los de Ezeiza, escuchar la arenga final en el túnel, despegar el
barro de entre los tapones. Ver la figura segura de Don Francisco o las calenturas de Pepe, escuchar que llega
la banda, para hacernos sentir más tranquilos. Viajar al sur en invierno,
caminar por el borde de la pileta, y no sé cuántas más se me cruzaban como
imágenes una atrás de las otras, sin orden ni lógica.
De a poco y en
el mismo momento que asomaban los rayos de luz, ya pasadas las siete de la
mañana, se fue despejando mi mente, aclarando el panorama en la misma
proporción en que el sol calentaba mis manos y mi diesel. Recuerdos de “había
una vez un club” y realidades que me comprometían aún mas en mi trabajo, de
docencia por vocación y no por formación. Mis maestros del futbol me habían
enseñado a compartir con los más humildes y relacionarme con ellos, a quienes
recuerdo con todo mi corazón más que con mi mente. Y esas enseñanzas las supe
transmitir a mis alumnos, a quienes les decía que “había que pasarla bien en la
escuela, pero estudiando y hablando de futbol, de la vida misma”.
Claro, parecía
lapidario, como un solo mensaje entrelíneas leía o escuchaba en una o todas las
audiciones o leía en una revista o un suplemento zonal, lo que iba sucediendo:
La venta de la sede, el traslado del estadio, las puteadas al técnico, ídolo
como jugador, el cierre de los bares del club, la privatización de los pocos
espacios que quedaban, la aparición de Peñas para reemplazar la actividad
social que ya no nos daban, el acercamiento de empresarios que aseguraban “ser
hincha desde que nací”,la aparición de los Tribunales y el Colegio nos
condenaban a estar en el centro de la ciudad y esto, a los comerciantes y al
intendente, le molestaba mucho. Ah, me olvidaba: ya la gente no puede ir de
visitante, ya no podemos copar en todos lados. Ahora podés verlo por TYC o
escucharlo por AM o FM o, si no, desde cualquier lado podés seguirlo por
Internet. Ah, un club VIRTUAL, un futbol sin el calor popular, un club sin
socios pero con muchas agrupaciones que querrán gobernar lo poco que queda, al
menos hoy. ¿Esos eran los sueños o pensamientos que me abrumaban?
Cuando cambié
la rueda y el auto se calentó, ya todo se me aclaró. Mi club, casi devastado,
mi escuelita, esperando un subsidio provincial para ser digna, en lo edilicio,
pues en lo humano ya era mas que grande. Grandeza lograda por los hombres y
mujeres, de la mano del Negro Santana, que supieron luchar para que los chicos
del barrio tengan una mayor posibilidad de triunfar en la vida. Y yo, al borde del
retiro, añoraba mis épocas de lateral en el ascenso, seguía frustrado por mi
decisión de dedicarme a la docencia, relegando mis aspiraciones de ingeniero
para brindarme a los pibes. Conformista, resignado, incompetente o puro
corazón. Esto último me lo dio la escuelita del sur. Lo demás, eran sueños o
realidades. Pensamientos que me abrumaban porque mi club, se desvanecía, mi
escuela se alejaba junto a mi laburo, de mi vida cotidiana.
El pizarrón del
aula, se asemejaba al campo de juego, los alumnos a mis compañeros de equipo,
el Director de la escuela, el maestro, al DT de inferiores que te llevó a
primera. El trabajo en el aula de mi escuela de provincia, al sur de mi ciudad
del gran Buenos Aires, se asemejaba a mi club, ambos con más deterioros que
resplandores, con más gente que deja quererse que de las otras. Futbol y
Docencia marcaron mi vida, que no planifiqué, pero de la que no me arrepiento,
a pesar de mis frustraciones.
El futuro es
incierto y hoy, necesitado de reencontrar mi lugar en el mundo, sigo
soñando o repensado mi futuro, a mi edad. La realidad es que “el Urbano” ya no
estará. Qué pena. O no.
(*) Walter Rodríguez es autor del libro “Francisco
Urbano, Trayectoria de un dirigente, Historias de un estadio”, que se presentará
el 31 de mayo de 2013 a las 19:30, en Yatay 555, Morón.
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